Un verso de Góngora y otros temas |
Escrito por John O’Kuinghttons | |
02-Out-2008 | |
Un verso de Góngora Creo que la poesía puede segmentarse en dos vastas líneas: la poesía de evocación y la de conceptos. Esta bifurcación no las torna incompatibles. Verlaine amonedó esas direcciones en esta espléndida frase: "la poesía es el desarrollo de una exclamación". Góngora fue un poeta de conceptos fértiles. Quisiera hacer un breve comentario sobre esta meditación suya: 'El sueño: autor de representaciones en su teatro sobre el viento armado, sombras suele vestir, de bulto bello'. De este soneto se infiere que lo soñado ocurre en un teatro lábil, y Borges interpreta, colmado de poesía, que al soñar somos el autor, el escenario, la trama y los personajes. Me atrevo a discrepar de esta aserción. Cuando soñamos no sentimos que representamos algo: sentimos que somos efectivamente ese imprevisible algo. La eventualidad nos puede deparar la encarnación de personajes, de vuelos, de tiempos, pero en ningún momento sentimos (no digo pensamos) que aquello difiere de lo que somos o creemos ser. Creo que eso explica el poder aterrador que detenta una pesadilla. El sueño es el único momento en que nos es lícito e impune ser Hamlet, Medea o transitar por las lúcidas calles de Reykjavik.
La longevidad según Cicerón
Jorge Manrique, que debe la totalidad de su brillo a unas pocas páginas, pensó que había tres formas de vida: esta, la trascendental (para quien profesa alguna fe), y la de la fama. Uno de los versos de sus coplas se ha tornado lugar común, y quizás se ha desgastado en el premioso comercio verbal: cualquier tiempo pasado fue mejor. Quienes lo pronuncian añaden tono de nostalgia, cuando no de inescondido pesar. Ese verso, de exiguas y definitivas palabras, diverge del análisis que Cicerón hace de la vejez. Para él, la añoranza de los tiempos idos conduce a la angustia y a la desazón. Cada edad tiene sus atributos, y junto con diagnosticarlos es necesario vivirlos a plenitud y conciencia. Creo que ambos juicios participan de la verdad. Poseemos el arbitrio de ejercer una senectud magnífica, como la de Oscar Niemayer o una vejez deslavada como la de mi vecino, Seu Neguinho, un señor jubilado que dilacera mañanas y tardes en paseos definidos y estériles. Lo veo siempre sentado en el jardín de su casa, ansiando que el día no se dilate para acostarse pronto y no pensar. La longevidad puede usar el tiempo o malgastarlo. A todos nos ha sido dada la libertad de obrar como Niemayer o Seu Neguinho. La calidad de la vejez depende del acierto de nuestro albedrío.
De rerum natura
Lucrecio supuso, pues no podía comprobarlo, que el interior de la Tierra estaba edificado por valles y pasadizos por donde se incrustaban vientos uranianos que estremecían la superficie en forma de terremotos. Lucrecio nunca presintió un acoso, nunca barruntó un descontento o una remuneración divina. Entendió con la lucidez de Aristarco y Eratóstenes que la Tierra tiembla por natura y no por el ocio de un dios litigante e incomprensible. A inicios del siglo XX, Alfred Wegener afirmó que la entraña terrestre se constituía de placas que al acomodarse emanan sismos, y que en algún momento de su inmensa historia, los continentes planetarios conocieron una unidad que llamó Pangea. Como Lucrecio, Wegener también se abstuvo de la fábula teológica. Diferente de lo que podría esperarse, es imposible que estas evidencias aparejen la sensatez unánime. Sharon Stone es una conocida actriz que ciertamente debe tener acceso a libros. No obstante, declaró con holgura y sin pachorra que el cataclismo que torturó a China hace unos meses deriva de una punición divina. Presumo que Stone es una cristiana devota. Presumo que sabe lo que dice. Presumo que si un musulmán hubiese declarado que la tragedia de New Orleans fue castigo celeste nadie se habría incomodado pues Alá carece de jurisdicción sobre ese territorio. Los veneran a Buda, al Tao y a Confucio. El dios cristiano debe resonarles como un lejano miedo de Occidente. ¿Por qué este dios habría de obrar sobre un pueblo que no lo admite? Stones oblitera esta obvia obviedad. Una venia a la actriz nos autorizaría a temer a los acechos que nos podría endilgar, por ejemplo, el panteón de los tirthankaras. Los dioses son globales. A lo que todo indica, la estulticia también. |
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