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Onda Latina

sexta
26.Abr 2024
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El artista cuando copia PDF Imprimir E-mail
Escrito por John O’Kuinghttons   
03-Set-2008
han_van_meegeren.jpgHarto de ser Han van Meegeren, harto de ser desdeñado por la crítica y de haber comparecido en un tiempo equivocado, Han van Meegeren planificó ser un pintor del siglo XVII. El Siglo de Oro le prodigó la magnitud de Johaness Veermer, de quien pintó un inédito Emaús. A la esplendidez inaugural le siguieron obras que acaso podríamos acusar de menores. Cuando fue arrestado por las autoridades holandesas, van Meegeren se deparó con una disyuntiva incomún: si declaraba que no había incurrido en traición a su país, pues las obras vendidas al Reich de Göring eran de su cuño, las telas serían extirpadas de los museos; si no lo hacía, sus invenciones continuarían seduciendo bajo la férula de su distante mentor. Finalmente optó por desvelar la impostura.

En otro siglo de oro, un autor que quiso llamarse Alonso Fernández de Avellaneda, concibió la idea de escribir un nuevo Quijote. Su proyecto implicaba emular las destrezas y las indestrezas acometidas por Cervantes: la amenidad, la variedad, la profusión verbal, la intromisión de novelas. En el prólogo de su edición se precavió de esclarecer que solo pretendía proseguir las aventuras incoadas por su colega. He leído que Avellaneda despierta animadversión porque quiso aprovecharse del creciente prestigio del afamado relato. A mi juicio, esa imputación incide en dos errores de base: en primer lugar, Alonso Fernández de Avellaneda es un seudónimo y como tal hurta el nombre de un autor que debió ser conocido; en segundo lugar, y esto es quizás lo de mayor relieve, un escritor es (o debería ser) libre para fabular con personajes, ambientes, lenguajes o historias consagradas. Es seguro que ni Racine ni Corneille prohijaron la idea de ser Eurípides; si a Séneca lo atareaba la filosofía de la tragedia, es fútil atribuirle el deseo de ser Sófocles. Avellaneda ciertamente no anheló ser Miguel de Cervantes.

Han van Meegeren difiere de estos ejemplos porque no quiso ser un epígono:  quiso ser el propio Veermer. La obnubilada y aclamante crítica de la época llegó a pontificar su primer Veermer como el mejor de todos.
Un artista puede ser otros artistas, pero el tiempo no indulta de la obediencia debida a los años que nos sortea el devenir
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