La Bandera y el Himno

 

bandera_de_chile.jpgDías atrás oí una ponderada defensa del himno patrio. Recordé que a esta explícita devoción se le acostumbra aparejar la figuración de la bandera. Si no me equivoco, esta es la magna simbología de lo que para muchos compendia el amor a la nación. Me permito una interrogante: ¿esta prescripción nació de civiles? Hasta donde logro suponer, no. Los militares no conciben el universo sin la pleitesía a fetiches previamente consagrados. La máxima afrenta (consta en el avieso catálogo del siglo XX) es la quema de una bandera.

En un instante presuroso, casi a punto de zozobrar, Arturo Prat Chacón arengó a sus hombres con una exclamación conferida que no se puede corroborar: “¡Muchachos!, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo y espero no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar; si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber”. Previo al abordaje, previo a ser ultimado, el comandante invierte (o la Historia quiere que invierta) más de la mitad de la breve exhortación en remitirse a la bandera de Chile.

Poco más de un siglo después, Bonvallet, un futbolista retirado que se niega con logro eminente al ejercicio de la inteligencia, entrevistó al dictador. Tras él, hierática, una bandera; mientras la apuntaba, el futbolista entonó: ”todos saben del amor irracional que siento por mi patria”.

Bonvallet y otros ejemplares de la plutocracia chilena profesan ciertas veneraciones que son de ardua compatibilidad: por un lado declaran su aprecio al país; por otro se jactan de la tiranía. Tengo dificultades para entender cómo un patriota puede asentir, justificar y fomentar el exterminio de sus coterráneos.

Quevedo pensaba que la mejor manera para enriquecer a un hombre no era atiborrándolo de monedas, sino quitándole la codicia.

Enseñarle a un niño a contemplar la bandera mientras finge denuedo al cantar no es índice de patriotismo. Es un rito que se perpetúa por el temor a serle infiel a una tradición.

Las tradiciones pueden ser también una refinada y tediosa forma de no pensar.

 

 

 

Cecilia

 

 

Sortijas y miel. Cecilia. Ha rodeado otra vez al sol y ha inaugurado el agua clara que usa para jugar. El viento, una mariposa, una tarde de césped la demoran y ella cree que el mundo es suyo, que son suyas las horas porque acaba de nacer a cada día. Ella ve la paz de la mesa y anima una palabra que a lo lejos suena con un par de ojos robados a la noche. Todo cuanto mira renace. Su voz está repleta de campanas. Mi mano se pierde en su piel acanelada, en su gesto ansioso que hace nuevo lo que ya no es nuevo.

Yo no entiendo este mundo sin ti, Cecilia.